Esta semana, durante tres días, más de un centenar de periodistas de una decena de países de América latina se congregó en la Ciudad de México para reflexionar sobre los desafíos de la Inteligencia Artificial en una serie de encuentros organizados por Wan-Ifra (la asociación mundial de editores de noticias) y Google.

México es un país tristemente propicio para pensar en amenazas. Con cuatro periodistas asesinados por el narcotráfico en lo que va del año, es el país más letal para el ejercicio del oficio en la región. A este flagelo se le suma un experimento de erosión institucional que ha entrado en una fase de aceleración.

Me encuentro con algunos de los más respetados periodistas mexicanos, afectados por una profunda preocupación: Marta Ramos, directora de la Organización Editorial Mexicana y ex presidenta del Foro Mundial de Editores; Roberto Rock, director de La Silla Rota y ex presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa; Andrea Miranda, presidenta de la Alianza de Medios MX y ex directora de contenidos de El Debate de Sinaloa; Carmen Aristegui, la célebre conductora de CNN en Español. Periodistas que sufren presiones y que conservan un notable coraje para preguntar e investigar, y que además hacen un invaluable aporte a libertad de prensa en su país y en el continente.

El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum está cerrando una nueva fase de desguace del régimen republicano con la destrucción de la independencia judicial generada a partir de la reciente votación popular de jueces en todas las instancias, incluidos nueve miembros de la Corte Suprema, con una abstención del 87% de los ciudadanos en condiciones de votar. Morena, el partido oficialista que llegó al poder con Andrés Manuel López Obrador en 2018, domina el Congreso, ahora el Poder Judicial y avanza con una ley de medios que puede minar la capacidad de fiscalización de la prensa.

Ranas en agua tibia

El poder hegemónico que tuvo el PRI (partido que gobernó el país durante 70 años a través de lo que Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”) hoy toma una nueva forma frente a una oposición fragmentada e incapaz de formular una opción competitiva para una alternancia a nivel nacional o a nivel regional, en la mayoría de los 32 estados mexicanos.

El país conserva, no obstante, algunas pulsaciones democráticas. Se celebran elecciones aunque cada vez más vacías de alternativas reales; se respetan libertades individuales pero muchas son amenazadas; hay quienes se expresan con libertad mientras otros sufren mecanismos de censura indirecta. Persisten rituales institucionales, debilitados en su sustancia.

México nos muestra la destrucción de una democracia desde adentro. Su degradación a través de la remoción progresiva de las piezas que la estructuran y su transformación, a esta altura, en un régimen híbrido, de contornos difusos, en transición hacia una autocracia. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt - en Cómo mueren las democracias-, señalan que hoy no suele haber un instante en el que el sistema colapsa, como sucedía con los golpes militares, sino un proceso en el que es difícil identificar la instancia en que un régimen se quiebra para dar lugar a otro. Los ciudadanos, en México y en muchos otros países, son ranas en un agua tibia que se calienta, cocinando a fuego lento las proteínas de su ciudadanía.

Riesgos y oportunidades

Suele repetirse que la IA es una herramienta más, éticamente agnóstica, susceptible de ser usada para fines nobles u oscuros (puede ayudarnos a encontrar la cura del cáncer y a socavar la democracia). Pero es una herramienta muy distinta a las que conocemos.

Borges decía que las grandes invenciones son extensiones de nuestro cuerpo. El arado o la espada son extensiones de nuestro brazo. El telescopio o el microscopio, de nuestro ojo. Pero el libro, apuntaba, es la extensión de nuestra memoria y nuestra imaginación.

La IA puede funcionar como una extensión pero también como una prótesis que en lugar de estimular y potenciar nuestra memoria y nuestra imaginación, las atrofien. La IA nos remite a Funes, ese personaje borgeano con hipermemoria que recordaba todo pero no podía olvidar. Y por ello, no podía comprender una metáfora o distinguir lo accesorio de lo principal. Su cerebro, inundado de datos, había perdido las habilidades que nos permiten pensar.

La IA es una tecnología distinta, además, por la velocidad de su adopción. Todas las novedades tecnológicas, desde las redes sociales al celular, tardaron varios años en ser usados por un porcentaje amplio de la humanidad, y eso ofreció tiempo para reflexionar sobre sus efectos. ChatGPT demoró dos meses en alcanzar los 100 millones de usuarios. Pero no es necesario que usemos algún tipo de asistente de IA para que esta entre en nuestras vidas. La IA está presente en infinidad de herramientas que ya usamos, en servicios que demandamos y en contenidos que consumimos.

Extrañando al Chapulín

Nuestra estadía en México coincide con el estreno del cuarto capítulo de Chespirito, la serie de Max que cuenta la vida del comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños, el creador de El Chavo del 8 y El Chapulín colorado, dos de los personajes más recordados de la televisión latinoamericana. Entre fines de los 60 y mediados de los 90, decenas de millones de chicos crecimos viendo esos programas de humor ingenuo y protagonistas entrañables. El Chapulín era la contrafigura de los superhéroes de Marvel, una caricatura  que indirectamente se burlaba de esos arquetipos musculosos con poderes sobrehumanos. Su torpeza, sus miedos y su inocencia, combinados con su bondad y predisposición a asistir a otros, generaban una conexión única con audiencias conformadas por chicos y grandes.

La última noche en México, compartimos una comida con Sergio Dávila, director del diario Folha de Sao Paulo; Opy Morales, director para iniciativas de IA en Infobae; y Pablo Hamada, jefe de audiencias de LA GACETA. Nos preguntamos qué está haciendo la IA con nuestras democracias y nuestras mentes. Sobre todo, con la de los chicos.

Recordamos las conclusiones de La generación ansiosa, el libro del psicólogo social Jonathan Haidt que muestra el aumento exponencial de trastornos psicológicos en niños y adolescentes a partir del uso de celulares y redes sociales. Y cómo los adultos somos testigos impotentes de una pandemia de tecnoadicción derivada del consumo desaforado de estridentes videos de TikTok, de los roles artificiales que interpretan en Instagram y de interminables partidas en juegos como Roblox.

Alguien trae a la conversación el reciente estudio del MIT que evidencia el deterioro progresivo de nuestras habilidades cognitivas por los efectos de la tecnología. Estamos perdiendo nuestra capacidad de pensar en momentos en que la complejidad global requiere nuestros mejores reflejos racionales para preservar nuestros mecanismos de convivencia.

Pero el desafío recién comienza. ¿Qué mundo construirá una generación que deja de encontrar estímulos para aprender, que está perdiendo la tolerancia ante las fricciones que genera la espera o el contacto con ideas distintas a las propias? Una generación a la que le costará cada vez más distinguir lo real de lo artificial y que probablemente pierda el interés en hacer esa distinción. ¿Qué pasará con una sociedad a la que no le importa la verdad? ¿Cómo se sostiene una comunidad que no tiene referencias comunes para resolver diferencias y establecer mecanismos de cooperación?

Las preguntas son inquietantes pero no deben llevarnos a la inacción. El periodismo debe incorporar la IA para tratar de neutralizar sus efectos negativos. Advirtiendo sus peligros, señalando qué es real y qué es falso, diferenciando lo importante de lo secundario, ofreciendo profundidad para que el debate público no se estanque en la superficie, proporcionando antecedentes y contexto para entender el presente, reflejando la complejidad de un mundo que tiende a la simplificación, ayudando a construir una agenda de temas fundamentales y comunes que favorezca la colaboración en una era marcada por la polarización.

Las compañías tecnológicas, Prometeos contemporáneos, nos trajeron el fuego de los dioses, con el que podremos iluminar nuestro futuro y también quemarlo. Las antenitas de vinil detectarían el peligro, la presencia del enemigo. Pero, ¿dónde está el Chapulín para ayudarnos? Para recordarnos que, a pesar de nuestras flaquezas, defectos y temores,   y frente a la engañosa perfección  de la virtualidad y los poderes sobrehumanos de la IA, la empatía, el altruismo, la humildad, el coraje y el humor pueden salvarnos.